FRENTE AL ESPEJO
Caracas.Venezuela
domingo, 15 de agosto de 2010
miércoles, 4 de agosto de 2010
Héctor Abad Faciolince
FRENTE AL ESPEJO
Barquisimeto,Venezuela,2009
Caracas.Venezuela
Supongo que ese tipo imberbe y sin canas soy yo, o al menos alguien que se llamaba con mi mismo nombre. Si me miro hoy al espejo soy otro. También el fotógrafo ha cambiado, pero menos. ¿Qué es un retrato sino un espejo con memoria? Supongo que Vasco se pone y nos pone siempre frente al espejo para que recordemos eso, la fugacidad de la imagen en el espejo y la permanencia de la foto, que fija un instante. Yo no recuerdo cuándo y dónde pudo ocurrir el disparo de esta cámara que está captada en el mismo instante en que cumple con su cometido. Por indicios pienso en lo siguiente: como no tengo la papada de ahora, debió de ser la vez que subí hasta la cima del Ávila caminando y eso ocurrió hace más de diez años, en mi primer viaje a Caracas. Tenía yo entonces un único amigo en Venezuela, que se llamaba y se llama Antonio López Ortega. Tuvo que haber sido, entonces, en el baño de su casa. Creo que fue allí. El pasado se desmorona, es una serie de olvidos que se superponen a fragmentos cada vez más frágiles de memoria. Quedan las fotos. Creo que ni una célula de ese tipo es mi cuerpo ahora, pero uno tiene la ilusión de que es la misma persona, por los rastros de recuerdos de lo que fuimos. Tal vez por eso las fotos viejas nos fascinan y nos aterran.
Héctor Abad Faciolince
Barquisimeto,Venezuela,2009
Caracas.Venezuela
Supongo que ese tipo imberbe y sin canas soy yo, o al menos alguien que se llamaba con mi mismo nombre. Si me miro hoy al espejo soy otro. También el fotógrafo ha cambiado, pero menos. ¿Qué es un retrato sino un espejo con memoria? Supongo que Vasco se pone y nos pone siempre frente al espejo para que recordemos eso, la fugacidad de la imagen en el espejo y la permanencia de la foto, que fija un instante. Yo no recuerdo cuándo y dónde pudo ocurrir el disparo de esta cámara que está captada en el mismo instante en que cumple con su cometido. Por indicios pienso en lo siguiente: como no tengo la papada de ahora, debió de ser la vez que subí hasta la cima del Ávila caminando y eso ocurrió hace más de diez años, en mi primer viaje a Caracas. Tenía yo entonces un único amigo en Venezuela, que se llamaba y se llama Antonio López Ortega. Tuvo que haber sido, entonces, en el baño de su casa. Creo que fue allí. El pasado se desmorona, es una serie de olvidos que se superponen a fragmentos cada vez más frágiles de memoria. Quedan las fotos. Creo que ni una célula de ese tipo es mi cuerpo ahora, pero uno tiene la ilusión de que es la misma persona, por los rastros de recuerdos de lo que fuimos. Tal vez por eso las fotos viejas nos fascinan y nos aterran.
Héctor Abad Faciolince
domingo, 1 de agosto de 2010
Juan Villoro
FRENTE AL ESPEJO
Caracas.Venezuela.1993
Guadalajara,Mexico.2008
Vasco Szinetar se ha impuesto la solidaria tarea de envejecer con sus amigos. Nos encontramos por primera vez en 1993, cuando yo era una persona seria, cargada de preocupaciones e inseguridades. Su imagen y el espejo no mienten. ¡Cuánto cavilaba en esos días! 15 años después todo ha cambiado: menos pelo, menos salud, menos angustias. Entre las dos imágenes hay un hecho decisivo. Una mañana subí al coche del fotógrafo en los Andes venezolanos. Vasco tomó una carretera sinuosa; condujo con desparpajo, haciendo bromas y gesticulando como en sus mejores fotos. En ningún momento se le ocurrió ver el camino. Su humor mejoraba en cada curva. Estuvimos a punto de morir de risa en un abismo. Para librarme del vértigo, desvié la vista al suelo del auto y detecté a un curioso pasajero. Era un insecto, y no estaba solo. Entonces Vasco habló de sus bichos con desenfrenada felicidad. Siguió adelante, sin ver el horizonte, revelando que los grandes fotógrafos tienen ojos en las manos. No es casual que la segunda foto, tomada en 2008, irradie felicidad. Cada vez que veo al imprescindible Vasco Szinetar recuerdo el milagro de estar vivo.
Juan Villoro
Caracas.Venezuela.1993
Guadalajara,Mexico.2008
Vasco Szinetar se ha impuesto la solidaria tarea de envejecer con sus amigos. Nos encontramos por primera vez en 1993, cuando yo era una persona seria, cargada de preocupaciones e inseguridades. Su imagen y el espejo no mienten. ¡Cuánto cavilaba en esos días! 15 años después todo ha cambiado: menos pelo, menos salud, menos angustias. Entre las dos imágenes hay un hecho decisivo. Una mañana subí al coche del fotógrafo en los Andes venezolanos. Vasco tomó una carretera sinuosa; condujo con desparpajo, haciendo bromas y gesticulando como en sus mejores fotos. En ningún momento se le ocurrió ver el camino. Su humor mejoraba en cada curva. Estuvimos a punto de morir de risa en un abismo. Para librarme del vértigo, desvié la vista al suelo del auto y detecté a un curioso pasajero. Era un insecto, y no estaba solo. Entonces Vasco habló de sus bichos con desenfrenada felicidad. Siguió adelante, sin ver el horizonte, revelando que los grandes fotógrafos tienen ojos en las manos. No es casual que la segunda foto, tomada en 2008, irradie felicidad. Cada vez que veo al imprescindible Vasco Szinetar recuerdo el milagro de estar vivo.
Juan Villoro
Jon Lee Anderson
FRENTE AL ESPEJO
Cartagena de Indias.Colombia
Este retrato es como ningún otro mío. Me obliga a mirarme a la propia cara reflejada, y lo que veo ahora no esperaba verlo, porque luzco inusualmente triste. Quizá porque entendí en ese instante que lo que Vasco Szinetar buscaba era inmortalizarme, junto a él, y eso me hizo recordar que un día iba a morir.
Jon Lee Anderson
Cartagena de Indias.Colombia
Este retrato es como ningún otro mío. Me obliga a mirarme a la propia cara reflejada, y lo que veo ahora no esperaba verlo, porque luzco inusualmente triste. Quizá porque entendí en ese instante que lo que Vasco Szinetar buscaba era inmortalizarme, junto a él, y eso me hizo recordar que un día iba a morir.
Jon Lee Anderson
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