FRENTE AL ESPEJO
Guadalajara.Mexico.2008
El espejo fue durante muchos años un espacio en el que buscaba en los ojos del otro que en mí se miraba una manera de desdoblar la realidad, escudriñando cada ángulo posible de lo que allí se acomodaba, gestos, involuntarios tics, manías reconocibles o irreconocidas, suavidades y agruras. Como si en un momento, por alguna grieta posible, se fuera a abrir esa condición que no era mía pero que me habitaba, aquello que yo creía lo más mío desapareciendo para dejar entrever lo ajeno, una irrupción que siempre había estado adentro, una realidad que sin ser yo me ocupa.
Esos días de Guadalajara, cuando tomaste la foto, fueron los últimos de una época. No me sentía enfermo pero sabía que contenía a la enfermedad. La condición estaba ahí, ya presente. Quince días después entré en el quirófano, vi la sombrilla blanca desde la camilla en un cuarto que era todo un espejo de desnudez, hasta que se apago la imagen y a partir de entonces todo sería distinto y todo, al mismo tiempo, subsecuente. Veo la foto, y la organización de la foto, como una bisagra desdoblándome hacia dos horizontes opuestos y asimétricos, como las clavículas apuntan hacia direcciones contrarias con una levísima asimetría. Los dos espejos en ángulo extienden sus alas deltas contigo en el centro, la cámara dividida también por el borde angular. Desde uno de esos planos yo escudriño ahí lo que soy ahora y lo que era antes. El anillo de mi amiga Helena Rohner que en el reflejo de la izquierda ocupa el primer plano me acompaña, como una avanzada de la nariz. Soy el que se está viendo y soy a la vez su continuidad y su desparejamiento. Me veo en la manera de verme viéndome y me sé afirmado en esas tres posturas distintas, quizás con otros acentos y otras agudezas.
Tu presencia en la foto me recuerda la inquietante actividad de algunas escenas de David Lynch. No la oreja en el pasto ni a Denis Hooper respirando en una mascarilla, aunque también, sino más que nada los personajes informes que aparecen y desaparecen en las habitaciones, que están ahí y no lo están, homúnculos que salen de cajas miniatura o recorren pasillos de terciopelo rojo, con espejos en uno y otro extremo, que perspiran y perturban el silencio, y que son a la vez atmósfera y ojo avisor. Algo de esa luz que en mi adolescencia se entrometía en los momentos en que escudriñaba los espejos buscando lo que era y no era, lo que yo sabía que estaba pero no podía ver, adquiere presencia contigo en la foto, objetivando de perfil hacia donde yo estoy mirando, y forma en la composición un horizonte extendido y su doble, al mismo tiempo yo atisbándome de reojo en el momento en que estoy mirando, y tú viendo simultáneamente a quien mira y a quien se mira. Y lo percibía ya en ese instante.
Pedro Serrano
martes, 5 de enero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario